Por: Heidi Jo Fulk
Teniendo solamente siete años, la última oración a Dios que Katherine Ferguson escuchó de labios de su madre, fue apenas unas horas antes de que fueran separadas debido a la esclavitud para el resto de la vida de Katherine. Su madre encomendó a su muy amada hija en las manos de Dios. Por el resto de su vida, Katherine decidió creer y vivir esa oración. Ella le pertenecía a Dios.
La esperanza de libertad era una cualidad traspasada por generaciones en la familia de Katherine. Su abuela Sowei, miembro de la tribu Mende, había sido capturada por traficantes de esclavos en la Bahía de Biafra en la costa occidental de África, y llevada a Estados Unidos. Dio a luz a su primer bebé, ya siendo esclava, poco después de llegar a Estados Unidos, y luego le nacieron dos hijos más, incluyendo la madre de Katherine. Sowei soñaba con que sus hijos fueran libres y plantó esa semilla de esperanza en Hannah.
La madre de Katherine, Hannah Williams, fue una esclava en una plantación en Virginia. En 1771, Hannah se casó con un hombre llamado Tom y en poco tiempo esperaban su primer hijo. Con la semilla de libertad en el corazón de Hannah, ella y Tom hicieron planes para escapar –los cuales implicaban que Hannah escapara primero y Tom la seguiría después, con la esperanza de que ambos se volvieran a encontrar. Eso nunca sucedió.
En 1772, Hannah se escabulló bajo la cubierta de una embarcación atracada cerca de la plantación donde ella trabajaba, y pocos días después, escondida en las entrañas del barco, dio a luz a Katherine. Un doctor en la tripulación misericordiosamente había cuidado de Hannah y la bebé hasta que llegaron a Nueva York. Pero una vez que estuvieron fuera del barco, el mismo doctor vendió a la débil Hannah como esclava a un amigo de la ciudad llamado Sr. Bruce, dueño de una tienda de productos secos.
Hannah sirvió bien al Sr. Bruce y a su familia, cuidando de su hogar e hijos, al mismo tiempo que atendía a su propia hija. La Sra. Bruce le dio a Katherine, el apelativo de “Katy” porque consideraba que Katherine era un “nombre demasiado ajustado a una negra.” Cada domingo, Hannah llevaba a su hija a la Iglesia Presbiteriana Escocesa donde asistía la familia Bruce. Y se sentaba en la parte alta de la galería con otros esclavos para escuchar palabras de verdad, de labios del pastor Mason.
En esos días, los traficantes ofrecían dinero a los propietarios de esclavos de quienes ellos conocían que atravesaban dificultades financieras. En la comunidad de esclavos que asistían a la Iglesia Presbiteriana corrían rumores de que Hannah sería vendida. Cuando esos rumores llegaron a Hannah, ella oró desesperadamente a Dios que no permitiera que fuese separada de su hija y la encomendó en las manos de Dios Padre, sin importar lo que pudiera suceder.
En búsqueda de su fe
Efectivamente Hannah fue vendida y apartada de su querida hija en 1779. Katy asumió muchas de las tareas que habían sido responsabilidad de su madre en el hogar de los Bruce, incluyendo el cuidado de sus hijos y los quehaceres en general.
Cuando Katy cumplió doce años, comenzó a acompañar a los dos hijos mayores de los Bruce, cuando asistían a las clases de catecismo en la Iglesia Presbiteriana. El maestro le permitía sentarse en la parte de atrás y escuchar. Fue allí donde la verdad de la Palabra de Dios atravesó el corazón de Katy. El enojo y odio que tenía por el Sr. Bruce y aquellos que se habían llevado a su madre comenzó a disiparse a la luz del amor de Jesús y de Su verdad.
Luego en 1786, mientras hacía sus tareas para la familia Bruce, se detuvo en la Iglesia Presbiteriana Escocesa para hablar con el Pastor Mason. Katy confesó que era pecadora y necesitaba que Jesús la salvara. Ella le dijo al Pastor Mason cómo su madre la había depositado en las manos de Dios, y ahora ella quería poner su confianza en Jesús, de manera personal. El amable pastor oró con ella, y la bautizó. Katy entonces compartió su sueño con el Pastor Mason –abrir una escuela para niños pobres y enseñarles acerca de Jesús. El Pastor Mason la animó e incluso insistió en que ella participara de la comunión en el próximo servicio de la iglesia. A pesar de ciertas reacciones tanto de blancos como de gente negra, ese día en la congregación Katy declaró su fe y comenzó su servicio público a Dios.
Un sueño hecho realidad
Cuando tenía quince años, una amiga de su mamá le hizo una sugerencia a Katy que moldearía el resto de su vida. Ella le sugirió que quizás podría comenzar su escuela en las barracas de un fuerte holandés abandonado en la ciudad. El fuerte estaba en ruinas, a duras penas había sobrevivido un incendio, pero estaba disponible y desechado por todos los demás.
Esa noche, Katy oró fervientemente al Señor que preparara el camino para que la construcción de la escuela en las barracas del fuerte se volviera realidad. Primero, acudió al Sr. Bruce. Valientemente le habló de su sueño de iniciar una escuela y su posible ubicación; le pidió permiso para hablar con el Pastor Mason y pedirle ayuda. El Sr. Bruce le dio permiso, pero solamente bajo la condición de que Katy le horneara productos para vender en su tienda, y trabajara para un amigo suyo un par de horas al día. Este se convirtió en su camino hacia la libertad. De este arreglo, el Sr. Bruce ganó suficiente dinero, y liberó a Katy de la esclavitud, entregándole sus “papeles de libertad.” Aunque ella no podía leerlo por sí misma, Katy era libre. El sueño de su abuela se había vuelto realidad.
Pero esa libertad trajo consigo mucho trabajo duro. Aunque las barracas del fuerte tenían décadas de encontrarse en ruinas, también tenía un horno de piedra donde Katy pudo hornear sus deliciosos pasteles y tartas. Limpiar las barracas y vender sus productos horneados era un trabajo extenuante. Sin embargo, John Ferguson, un hombre que le ayudó a vender de puerta en puerta sus productos horneados, comenzó a animarla y a cortejar a Katy. Era un hombre que amaba y confiaba en Dios. Después de un breve cortejo, se casaron en 1789.
La primera Escuela Dominical
John y Katy Ferguson trabajaron juntos, como pareja de recién casados, para terminar de preparar las barracas del fuerte. Muy pronto tanto los niños de la Iglesia Presbiteriana donde Katy había asistido, como los de la Iglesia Metodista de donde ahora John y Katy eran miembros, aprendían sobre la Biblia los domingos. La primera Escuela Dominical conocida había llegado. John también comenzó a traer a la casa, niños abandonados –tanto blancos como negros- que encontraba en las calles. Algunos se quedaban por un corto tiempo hasta que John y Katy les encontraban un hogar; y otros, por años. Katy los bañaba, alimentaba y vestía, luego les enseñaba historias y versículos de la Biblia. Aunque nunca había aprendido a leer, la Biblia estaba plantada profundamente en su mente y en su corazón. Ella enseñó a estos niños a memorizar y a conocer la Biblia de la manera que ella lo había hecho. Así como Katy sabía que su identidad estaba en Cristo, ella plantó lo mismo en los niños, enseñándoles la incomparable esperanza y libertad en Cristo.
Pero al poco tiempo, una gran tragedia golpeó la vida de Katy. Ella y John fueron forzados a salir de las barracas del fuerte, y rentar una casa cuando nació su primera hija, Abigail. Luego, cuando Katy esperaba su segundo hijo, John perdió la vida mientras trabajaba en los muelles de la ciudad de Nueva York. El dolor hirió a Katy profundamente. El dolor se profundizó aún más cuando su segunda hija, Julia, nació muerta, poco después de la muerte de John. Pocos años después, la fiebre amarilla se llevó la vida de Abigail. Si no hubiese sido por la confianza y profunda fe de Katy de que ella le pertenecía a Dios y por la verdad bíblica que palpitaba en su mente y corazón, seguramente se habría derrumbado bajo el peso de tanta pérdida.
En su lugar, Katy continuó recibiendo en su casa, a los niños pobres y adultos que querían conocer más de Dios y de la Biblia. La oración era el motivo central constante. Hacia el final de su vida, los niños a quienes había enseñado, amado y cuidado a través de los años, con frecuencia regresaban a pasar tiempo con, y agradecer a su amada maestra. En 1853, mientras uno de esos niños leía la Biblia en voz alta para Katy, ella partió para estar con el Salvador que la había sostenido durante toda su vida.
Ella le pertenecía a Dios
Katherine “Katy” Ferguson creyó en la oración que hizo su madre. Soportó esclavitud, trabajo arduo y pérdidas tremendas porque sabía que su identidad estaba en su Salvador y no en sus circunstancias. Katy confiaba en Dios. Ella experimentó el poder de Su Palabra, y aunque nunca pudo leerla por sí misma, ella amó, conoció y vivió esa Palabra. Dedicó su vida a vivir y enseñar esa verdad.
He sido profundamente desafiada al conocer la vida de Katy. Desafiada como madre a continuar orando ferviente y específicamente por mis hijos. Desafiada como maestra a continuar enseñando y viviendo la verdad. Desafiada como seguidora de Cristo a confiar más en mi Salvador. Al principio solo sabía que Katherine Ferguson fue la mujer que impulsó la Escuela Dominical, pero al conocer los detalles de su vida, he sido instruida, tal como ella instruyó a tantos niños. Que se diga de mí, como se dijo de ella: Yo pertenezco a Dios.
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