Por: Nancy Leigh DeMoss En la medida que se acerca el Día de los Padres, he estado meditando en el legado que recibí de mi papá —algunos de los principios que él me enseñó y modeló, y que han marcado mi vida. De niña, aprendí sobre uno de los ingredientes esenciales a la hora de cultivar una relación con Dios, al percatarme de que mi padre empezaba cada día con una práctica que él llamaba “devoción”. Mi padre era un hombre de negocios con muchas demandas sobre su tiempo; también era muy activo en el ministerio y no tenía tiempo para desperdiciar frívolamente. Sin embargo, de alguna manera en medio de un hogar extremadamente activo y en medio de las incesantes demandas diarias relativas a viajes y reuniones, había una constante en su vida—él nunca empezaba las actividades del día sin haber pasado una hora o más a solas con el Señor, en Su Palabra y de rodillas en oración. No recuerdo haber estado junto a él durante esos momentos—aunque frecuentemente lo veía leyendo su Bibli