Esther Ahn Kim subía despacio la ladera hacia el santuario, sus estudiantes la seguían en silencio. La joven maestra de música sabía que cuando llegaran al lugar de adoración ella se vería forzada a tomar una decisión que cambiaría su vida. Los japoneses, que habían tomado el control de Corea desde hacía dos años, en 1937, obligaban a todos a inclinarse ante el santuario de su “dios sol.” El castigo por negarse era prisión, tortura e inclusive posiblemente la muerte. En ese momento, Esther supo lo que haría. A pesar de que muchos cristianos habían decidido que una inclinación externa delante del ídolo era aceptable siempre que continuaran adorando a Cristo en sus corazones, Esther no podía hacer tal compromiso. No se inclinaría sino solamente ante el Dios Verdadero. Era muy probable que su desafío a los caudillos japoneses conllevara tortura y prisión, pero Esther decidió que no viviría su juventud para sí misma. La ofrecería totalmente a su Príncipe, Jesucristo. Elevó una oración