Mientras vivía en una Holanda ocupada por los alemanes en 1944, Corrie Ten Boom dirigía una red clandestina que protegía cientos de judíos por todo el país. Esta labor le hizo acreedora de un boleto para Ravensbruck, un despreciable campo de concentración nazi, donde un sufrimiento indescriptible se convirtió en el marco para un nuevo ministerio de reuniones de oración en barracas infestadas de pulgas, y también se ministraba la Palabra de Dios a todo aquel que lo necesitara. Los grandes santos de generaciones pasadas pueden parecer extraordinarios; con dones que parecen inalcanzables; realizaban proezas de impacto espiritual nunca oídas. Sin embargo, Corrie, la más pequeña de los cuatro hijos Ten Boom, no era particularmente sobresaliente. Ella no contaba con ningún talento extraordinario, ni con una inteligencia excepcional, ni con planes para cambiar el mundo. Aun así, esta mujer ordinaria se levanta en medio de una gran nube de testigos para mostrarnos lo que Dios puede hacer