Si Dios te ha llamado a China o a cualquier otro lugar y en tu corazón te sientes segura de ello, no permitas que nada te detenga… recuerda que es Dios quien te ha llamado y es lo mismo como cuando llamó a Moisés o a Samuel. – Gladys Aylward
Hace algunos años, mi esposo y yo nos sentimos impulsados por Dios a iniciar un centro de estudios de entrenamiento en discipulado. La idea era completamente impráctica. Habíamos escrito libros y dado conferencias por muchos años y nuestro ministerio estaba bien establecido, pero, por supuesto, no contábamos con los recursos para comprar todo un campus universitario. De hecho, ni siquiera sabíamos que hubiese uno disponible. No teníamos una organización ni una iglesia grande respaldándonos para ayudar a financiar los esfuerzos de un ministerio de tal magnitud. Solo éramos nosotros dos y un puñado de fieles miembros del personal. Sabíamos de muchos cristianos alrededor del mundo que estaban buscando entrenamiento espiritual centrado en el Evangelio. Sentimos la carga de responder a ese llamado. Pero nos encontramos perdidos cuando tratamos de llevar esa visión a la realidad.
Algunos nos dijeron que nuestro sueño de comenzar un centro de estudios de entrenamiento en discipulado nunca se convertiría en una realidad –que no estábamos calificados o suficientemente respaldados para afrontar algo tan grande y ambicioso. A pesar de todo lo que las personas nos dijeron, continuamos sintiéndonos fuertemente convencidos de que era Su deseo establecer un ministerio de entrenamiento en discipulado a través nuestro, donde cristianos entusiastas serían entrenados para dejar un impacto eterno con el Evangelio por todo el mundo. No teníamos idea por dónde comenzar ni cuáles deberían ser los primeros pasos. Por eso comenzamos a pedirle a Dios que nos infundiera una fe como la de un niño para creer que Él nos proveería lo necesario para hacer aquello a lo que nos había llamado. Llevamos nuestros imprácticos sueños a Sus pies y le pedimos que los hiciera realidad, con el poder de Su mano.
Lo que sucedió en los años siguientes fue ¡verdaderamente asombroso! Mientras luchábamos en oración para que la visión fuera hecha realidad, observamos a Dios proveer milagrosamente un hermoso campus universitario a solo unos minutos de nuestro hogar. Vimos cómo llegaron los fondos, justo a tiempo. Aunque vimos muchos milagros ocurrir, también atravesamos una increíble batalla espiritual en la medida en que se levantaba el ministerio de Ellerslie, muchas veces parecía que el proyecto ni siquiera iniciaría. Y, sin embargo, cada vez que nos volvíamos a Dios con una fe simple, como la de los niños, Él se manifestaba –más allá de lo que podíamos haber esperado o imaginado. Hoy Ellerslie es un ministerio próspero que entrena cientos de estudiantes cada año. Esto no se debió a que comenzamos con un plan de negocios impresionante ni una estrategia de mercadeo increíble, ni porque estuviéramos excepcionalmente calificados para esta tarea. Sino porque simplemente nos acercamos a Dios con una fe sencilla, como la de un niño y Le pedimos que construyera algo que nosotros nunca hubiéramos podido construir por nosotros mismos.
Tomándole la palabra a Dios
Una de las biografías más alentadoras que leí durante ese tiempo fue la historia de Gladys Aylward –una misionera, sin educación, pobre y aparentemente poco preparada, a quien Dios usó poderosamente para transformar dramáticamente el país de China. Una y otra vez decidió confiar en su Dios con una fe como la de una niña en medio de circunstancias imposibles. Su historia demuestra lo que es posible cuando simplemente avanzamos por fe y decidimos tomarle la palabra a Dios.
Durante su vida, Gladys demostró tres características espirituales que han tenido un profundo impacto en mí, sacándome de mi zona de comodidad e inspirándome a confiar en Dios, aún en las circunstancias aparentemente imposibles.
1. Ella vio más allá de los obstáculos
Nacida en una familia de la clase trabajadora en 1902, Gladys tenía muy poca educación y ninguna oportunidad de salir adelante en la vida. Se convirtió en ayudante en un salón de belleza a la edad de catorce años, sin mucha esperanza de llegar a lograr algo más que trabajar en un empleo de inferior categoría. Pero a los dieciocho, tuvo un encuentro con Cristo y comenzó a tener una carga por los perdidos alrededor del mundo –especialmente los millones de personas en China que nunca habían escuchado el Evangelio.
Era poco factible –incluso imposible- que una chica como Gladys se convirtiera en misionera para China. No tenía los recursos, ni el entrenamiento, ni la educación ni los contactos necesarios para lograr con éxito una aventura tan audaz. Sin mencionar los peligros que implicaba para una joven ir a un país destrozado por la guerra. Familia, amigos y miembros de juntas misioneras le dijeron que desistiera de sus ideas de ir a China.
Y, sin embargo, en su tiempo de intimidad con Dios, Él le decía algo diferente. Después de que la junta de misiones la rechazara como misionera para China, Gladys consiguió un trabajo de sirvienta, esperando ganar el dinero que le permitiera pagar su boleto a China. Buscó dirección en la Biblia, y el libro de Nehemías llamó su atención. Ella escribió:
“Al leer el primer capítulo, sentí mucha lástima por Nehemías y comprendí por qué lloraba y se lamentaba cuando supo que Jerusalén se encontraba en gran necesidad sin que él pudiera hacer algo al respecto. Él era en cierta forma un mayordomo y debía obediencia a su patrón, como era mi caso. Luego llegué al segundo capítulo, “Pero él fue” exclamé en voz alta, y me levanté, una sensación de euforia me recorría por dentro, “¡Él fue a pesar de todo!
Como si alguien estuviera en la habitación, una voz dijo claramente, “Gladys Aylward, ¿el mismo Dios de Nehemías es tu Dios?”
“¡Sí, por supuesto!” respondí.
“Entonces haz lo que hizo Nehemías, y ve.”
“Pero yo no soy Nehemías.”
“No, pero sin duda, Yo soy su Dios.”
Para mí, eso fue decisivo. Creí que éstas eran mis órdenes de ponerme en marcha. Puse mi Biblia en la cama, ahí junto, con mi copia de Luz Diaria (Daily Light), y con todo el dinero que tenía. –un puñado de monedas. Parecía una pequeña colección tan ridícula, pero dije simplemente, “Oh Dios, aquí está la Biblia de la que tanto anhelo hablar a otros, aquí está mi Luz Diaria que cada día me dará una nueva promesa, y aquí todo el dinero que tengo. Si así lo deseas, estoy lista para ir a China con esto.”
Durante el siguiente año, mediante el trabajo incansable y ahorrando cada moneda, Gladys logró reunir apenas lo justo para un boleto a China en tren. Le advirtieron encarecidamente que no viajara hacia allá por tren debido a las violentas luchas a lo largo de la ruta por lo que no le garantizaban que lograra llegar. Sin embargo, ella vio más allá de todos los obstáculos porque mantuvo sus ojos fijos en la grandeza y fidelidad de su Dios –exactamente como lo había hecho Nehemías.
Podría escribirse un libro completo tan solo con la historia de su arriesgado e increíble viaje desde Londres hasta Tientsin. Hubo muchos momentos cuando ella apenas pudo escapar con vida. Pero sabía que Dios no la había traído tan lejos para abandonarla. Continuó mirando más allá de los obstáculos, sabiendo que lograría llegar a China.
Muy parecido al caso de Hudson Taylor, quien se embarcó hacia China y casi naufragó en una isla de caníbales y declaró contra todo augurio que llegaría a China. Por el poder de Dios, Gladys Aylward tenía la misma actitud. Cuando enfrentaba dificultades extremas y caminos aparentemente imposibles, la respuesta inflexible de su alma hacía eco de las palabras de Pablo cuando proclamó, “Pero en ninguna manera estimo mi vida como valiosa para mí mismo, a fin de poder terminar mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio solemnemente del evangelio de la gracia de Dios.” (Hechos 20:24)
2. No se dejó dominar por el temor
El enemigo debió haber sabido lo poderoso que resultaría su ministerio, porque cuando Gladys estaba camino a China a cumplir con el llamado de Dios en su vida, el enemigo trató de frustrarla aún antes de que llegara. En Rusia fue detenida por oficiales de gobierno corruptos. Mientras estaba sentada en la habitación del hotel pensando cómo escaparía, un oficial trató de entrar por la fuerza. Valientemente le dijo “No vas a entrar aquí.”
“¿Por qué no?” sonrió con suficiencia.
“Porque ésta es mi habitación.”
“Yo puedo hacer lo que quiera ¡yo aquí soy la autoridad!”
“¡Oh!, pero claro que no. Puede que usted no crea en Dios, pero Él está aquí. Tóqueme y verá. Dios ha puesto una barrera entre usted y yo ¡váyase!” El hombre miró fijamente a Gladys, sintió escalofríos, y sin decir otra palabra, dio la vuelta y se marchó.
Años más tarde, luego de haber vivido y servido en la villa de Yangchen, fue citada a comparecer ante el gobernador para intervenir en un disturbio que había estallado en la prisión de los hombres. Cuando llegó, se dio cuenta que los convictos estaban enfurecidos en el patio de la prisión y varios de ellos habían sido asesinados. Los soldados temían intervenir. El guarda de la prisión le pidió que entrara al patio y detuviera el disturbio. Ella contestó, “¿Cómo podría hacer eso?” Él le dijo, “Usted ha estado predicando que los que confían en Cristo no tienen nada que temer.” Con esas palabras, la convenció, y entró valientemente al patio, pidiendo a Dios, fortaleza y protección.
Increíblemente, sin ayuda alguna, ella impidió más derramamiento de sangre y envió a los hombres a regresar a sus celdas. Ellos obedecieron. Ella abogó a favor de las condiciones de los prisioneros y pronto la prisión fue transformada por completo. La gente comenzó a llamarla Gladys Ai-weh-deh, que significa “la virtuosa.” Ése fue su nombre desde entonces. Durante sus muchos años en China, realizó proezas de las que generalmente solo oímos en películas de acción o novelas de espionaje ficticias; en ocasiones, apenas escapó de la muerte con agujeros de bala por toda su ropa. Esta pequeña mujer iletrada quien simplemente se atrevió a confiar en su Dios tenía más valor que veinte hombres fuertes juntos.
¡Imagina tener tanta confianza en la protección que Dios promete a Sus hijos! No solo esperando que Dios se manifestara, sino sabiendo que lo haría. No encogiéndose de miedo cuando el enemigo trata de atacar, sino poniéndolo bajo los pies y levantándose en la fortaleza que Dios da. Solamente alguien que verdaderamente cree que Dios es tan grande y poderoso como afirma ser, puede avanzar en ese tipo de valentía firme. Cuando Gladys estudiaba la Palabra de Dios, no la analizaba ni la cuestionaba, simplemente la daba por cierta, y edificaba su vida alrededor de esa verdad. Como resultado, el temor no podía controlarla en ninguna situación.
3. Una atleta espiritual
Mientras muchos cristianos sucumben ante la apatía espiritual debido al cansancio, la debilidad física y falta de resistencia, Gladys Aylward era todo lo opuesto. Aunque no lucía fuerte físicamente, sabía que Dios la había llamado a realizar tremendas hazañas para Su reino –y que Él proveería cada onza de fortaleza y vigor necesaria para la tarea.
Ella no permitía que su debilidad física controlara sus decisiones. Una y otra vez, llevó su cuerpo más allá de los límites naturales, confiando en la fuerza sobrenatural de Dios para sacarla adelante. Su vida en el ministerio fue muy parecida a la de Pablo, marcada por “trabajos y fatigas, en muchas noches de desvelo, en hambre y sed, a menudo sin comida, en frío y desnudez” (2ª Co. 11:27). Aun así, nunca se quejó ni se quedó inactiva, sino que continuó levantándose en las fuerzas que Dios da, determinada a vencer.
Cuando estalló la guerra en su aldea, Gladys se llevó a más de 100 niños desterrados en un viaje de seis semanas pasando sobre montañas sin comida ni provisiones, hasta llevarlos a un lugar seguro. El viaje demandó tanto de ella físicamente que cuando terminó, ella cayó inconsciente afectada con neumonía, tifo y otras enfermedades graves. Voluntariamente permitió que su cuerpo se gastara y se quebrara para la gloria de Dios. Y, al igual que Pablo, hizo de su cuerpo su esclavo para cumplir victoriosamente el llamado de Dios en su vida (1ª Co. 9:27)
Cuando enfrento la tentación de levantar mis manos para darme por vencida, y alejarme derrotada de algo que sé que Dios me ha llamado a hacer, recuerdo el increíble ejemplo de esta pequeña mujer que demostró la fuerza de veinte hombres –simplemente descansando en la propicia gracia de Dios.
Atreviéndose a confiar en Dios
Para muchos, la fe en Dios como la de una niña de Gladys Aylward puede parecer ilógica e impráctica. Hacia el final de su vida, ella admitió “Yo no era la primera opción de Dios para lo hice en China; no sé quién era. Debió haber sido un hombre, un hombre instruido. Yo no sé cómo sucedió. Quizás él murió. O no estaba dispuesto, y Dios miró hacia abajo y vio a Gladys Aylward y dijo, “bueno, ella está dispuesta.”
Porque Gladys se atrevió a confiar en Dios y a tomarle la Palabra, vivió una de las vidas más victoriosas y vencedoras que el mundo haya visto.
Para impactar el mundo para la eternidad, no necesitamos una larga lista de logros humanos. Tal como lo prueba la vida de Gladys Aylward, sencillamente necesitamos una fe, en nuestro maravilloso Dio, sólida como la roca, firme e inconmovible.
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