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Amy Carmichael | Rendida incondicionalmente a su amado Rey

¿Alguna vez has leído un pasaje tantas veces que el mensaje del Evangelio se debilita?  ¿Y luego has experimentado a Dios abrir generosamente los oídos de tu corazón para que puedas escuchar las mismas palabras a través de Su Espíritu hablándote en la intimidad, y que éstas cobran un nuevo significado?  Dios puede usar precisamente tu tiempo a solas con Él. O tal vez a una maestra de la Biblia que te ayude a ver una antigua verdad de una manera más profunda. 
¿Ha usado Dios alguna vez a otra creyente para despertar en ti un conocimiento más profundo de Sus Caminos? Para mí, la vida de Amy Carmichael (1867-1951) ha engrandecido y clarificado las palabras de Mateo 16:25, tan conocidas, pero con frecuencia no bien asimiladas: “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí la hallará.” Puedo decir, junto con su biógrafa, Elisabeth Elliot, “Vi cómo en ella la piedad tomaba forma”. 

Su vida: devoción de todo corazón 

Amy Carmichael nació en el seno de una familia presbiteriana acomodada en Irlanda del Norte. La mayor de siete hijos, ella tuvo una niñez feliz en un hogar seguro y amoroso, a pesar de lo estricto. Su familia experimentó dificultades financieras durante su adolescencia, lo cual forzó a Amy a dejar el internado para regresar a casa a ayudar a su familia.  La muerte de su padre, cuando ella tenía diecisiete años, junto con su propio dolor físico y debilidad manifestados en neuralgia, la llevaron a escudriñar más profundamente la Palabra de Dios y Sus caminos para su vida.  ¿Cómo debería servir a su Rey? 
Ella pasó el principio de sus veintes sirviendo en la obra misionera que daba hogar a los pobres. Pero en 1887 en la Convención de Keswick, oyó hablar a Hudson Taylor, fundador de la Misión al interior de China, y poco después sintió la convicción de su llamado a la obra misionera en el extranjero.  Respondió con una devoción de todo corazón. 
Aunque Amy sirvió inicialmente en Japón, China, y Ceilán, su más grande ministerio se centró en la punta del sur de India. Ahí, a través de dificultades casi infranqueables–amenazas políticas, el sistema de castas, un nuevo idioma, el calor tropical, las enfermedades físicas, la deserción de compañeras de la obra, estrechez financiera; y los niños, que siempre llegaban a ella en un mayor número–fundó la Fraternidad Dohnavur, una comunidad para niños en peligro de ser forzados a realizar labores indignantes en los templos y santuarios locales. Las niñas de los templos hindúes eran principalmente jovencitas que las dedicaban a los dioses y luego eran forzadas a la prostitución para que ganaran dinero para los sacerdotes. Durante las próximas cinco décadas Amy ayudaría a rescatar y criar a más de 1,000 niños. 

Su liderazgo: Las heridas y
cicatrices se daban por sentado   

Amy sirvió en la India por más de cincuenta años sin pedir licencia para ir a casa.  Muchos buscaban su consejo sobre la obra misionera. ¿Su respuesta? “A quien la Mano Divina esté llamando: debe hacer sus cuentas, porque Él nos llama, pero que haga sus cálculos al pie de la Cruz y ahí considere el costo”. 
Cuando alguien pedía unirse a su equipo de trabajadoras, Amy les decía, “No vengan a menos que puedas decirle al Señor y a nosotras ‘Es la cruz lo que me atrae’.” Aunque no tenía intención de hacer que su vida se viera como algo muy difícil (¿no haría esto que su Maestro pareciera duro?), ella nunca evitó hablar del calor, el aislamiento, las condiciones primitivas, las enfermedades y la muerte. Las heridas y las cicatrices se daban por sentado. 

¿Sin cicatrices? 

¿No tienes cicatrices?
¿Alguna marca oculta en el pie, en el costado, en la mano?
Te oigo cantar como poderoso en la tierra,
Les oigo clamar por tu estrella ascendente y brillante,
¿No tienes cicatrices?
¿No tienes cicatrices?
Yo fui herido por los arqueros, usado,
Clavado contra un árbol para morir; y desgarrado
Por bestias rapaces que me persiguen, desvanecí:
¿No tienes heridas?
¿Sin heridas? ¿Sin cicatrices?
Como el Maestro, así el servidor será,
Perforados han de estar los pies que me han de seguir;
Pero los tuyos están sin ningún daño:
¿Habrá llegado lejos quien no tiene ni heridas ni cicatrices?
Encuentro el ejemplo de Amy particularmente confrontador cuando me siento tentada a quejarme con Dios porque todos nuestros hijos y adorados nietos viven tan lejos. La tecnología actual me permite conectarme en minutos con sus rostros amados, y los aviones me llevan a ellos por lo menos una vez al año.  Pero ¿para Amy? Su única comunicación eran cartas escritas a mano, y ¡qué lentas parecían viajar las respuestas desde casa! Respecto a haber dejado su familia y amigos para servir tan lejos, ella escribió en sus últimos años lo siguiente: “Mi vida, del lado humano estaba quebrantada, y nunca volvió a ser restaurada. Pero Él ha sido suficiente.” Ella creía y encontraba consuelo en el conocimiento de que “pronto todos hemos de estar juntos en la ciudad del Padre”. 
Con tantos a quienes cuidar –tanto trabajadores como niños- su fe era probada con frecuencia. Las preguntas le llegaban por todos lados, tanto desde su país como del nuevo.  ¿Cómo vas a alimentar a tantos? ¿Qué harás con la ira de los sacerdotes del templo por “robarles” la fuente de su ingreso? ¿Cuándo encontrarás tiempo y recursos para educar a los niños mayores? ¿Dónde encontrarás los fondos y los trabajadores para los edificios que hacen falta? Amy sabía que la fe no significaba tener la respuesta para toda pregunta en la vida.  Pero ella tenía a Alguien a quien llevarle las preguntas, y pasaba mucho tiempo en oración buscando Sus respuestas.  Creía que Dios conducía a sus hijos de tres maneras –a través de Su Palabra, a través de la dirección interna del Espíritu, y (con frecuencia, pero no siempre) a través de las circunstancias. Si la voz era la de Dios, las tres coincidirían.” Adonde fuera y cuando fuera que Él la dirigiera, ella le seguía.  Ella confiaba en Él para guiarla y proveerle. 

Con el transcurrir de los años, aprendió a no ceder ante los temores por el futuro.  Cuando el tiempo llegaba, se daba cuenta que no le importaba tanto como ella lo había temido. Dios siempre suplió Su gracia prometida. “Él va delante.”  

Su Legado:  Las lecciones que he aprendido. 

Amy Carmichael nos dejó muchos ejemplos piadosos de cómo amar a Cristo, Su Cuerpo y nuestro campo misionero.  Necesito su ejemplo, y la ayuda de Dios para seguir los principios que su vida me ha enseñado. 
Nunca a punto de, siempre hacia. Amy dirigió Dohnavur como una familia, no como una institución.  Ella pedía profunda lealtad unos con otros entre los trabajadores.  Si había un problema, los trabajadores sabían que debían ir directamente –no alrededor de- hacia el otro.  No se toleraba hablar a espaldas de alguien ni los chismes. Esto significaba que se esperaba que ellos protegieran y defendieran su unidad. 
Mi esposo y yo hemos adoptado este principio en cada área de nuestras vidas.  Crea una cultura de seguridad dentro de nuestra familia, nuestros grupos pequeños, nuestra iglesia, nuestra comunidad. ¿Su nombre está seguro en nuestra casa? “No salga de vuestra boca ninguna palabra mala, sino sólo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento para que imparta gracia a los que escuchan.” (Ef. 4:29).
Ama para vivir, vive para amar.  Amy gobernaba su vida no preguntando cuán poco, sino cuánto más podría dar el amor.  Ella estudió, según sus palabras: “sobre las almas valientes y ardientes de cada época que habían dejado antorchas encendidas” para alumbrar el camino del discipulado, tanto para ella como para todos los que vinieran a servir junto a ella. Todos eran llamados a una felicidad firme en el Señor, donde el ascenso no significaba más honor sino más trabajo, labor más ardua, con Amy dirigiendo el camino. 
“Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que se os ha ordenado, decid: ‘siervos inútiles somos; hemos hecho solo lo que debíamos haber hecho.’” (Lc. 17:10) ¿Qué te ha enseñado el Señor sobre Amar para vivir, vivir para amar a través de esta serie “25 Mujeres que Impactaron el Mundo para Cristo”? ¿Quieres que tu vida tome un nuevo rumbo en vista de lo que has leído sobre estas heroínas cristianas?
Renuncia a tus derechos, toma la cruz, y sigue.  Esta fue una lección que tuvo que repasar muchas veces en su vida.  Resultaba particularmente difícil cuando alguna compañera amada, y muy necesitada partía inesperadamente para no regresar jamás; o cuando la disentería se propagaba entre las guarderías drenando la vida de los cuerpecitos recién rescatados; o cuando la angustia y la enfermedad amenazaban con destruirlos. Uno de mis poemas favoritos fue escrito por ella como una oración que era un principio en su vida: 

De las oraciones que piden que yo sea

Guardada de los vientos que a Ti te golpean
De temer cuando debería esforzarme
De vacilar en lugar de subir más alto,
De consentirme, ¡Oh! Capitán, libera,
A Tu soldado que deba seguirte.
Del amor disimulado por las cosas suaves
De las elecciones fáciles, debilitantes,
(Así no es fortalecido el espíritu,
El Crucificado no fue por este camino)
De todo lo que atenúa Tu Calvario,
¡Oh! Cordero de Dios, libérame.
Dame el amor que dirija el camino,
Fe que no desmaye con nada,
La esperanza que no desmaye por ninguna desilusión,
Pasión que arda como fuego,
No me dejes hundirme hasta ser necia:
Hazme Tu fuego, Llama de Dios
Vive cada día hasta que mueras. Cuando leemos todos los logros de Amy –el ministerio que dirigió, extendiéndose continuamente, los libros que escribió, el dinero que recaudó, los hijos que crio como “Amma” (madre en Tamil)- raramente pensamos en las dificultades con que batalló.  Peleó contra pérdidas devastadoras, demandas emocionales profundas, insomnio, problemas del corazón, hipertensión, y otras aflicciones físicas y emocionales que solamente demostraban, “Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad.” (2ª Co. 12:9)
Una tarde, en octubre de 1931, Amy estaba explorando una casa desierta de una población cercana, que las personas de la localidad pensaban que estaba embrujada.  Ella esperaba adquirirla como un primer paso para esta área aún no-creyente. Al salir para usar las rudimentarias “instalaciones” al aire libre, cayó en una angosta abertura de la cantera, rompiéndose la pierna, torciéndose su columna y dislocándose el tobillo. 
Nunca se recuperaría por completo. Cuando regresó a su casa al salir del hospital, su mundo se limitaba a unos pasos por la recámara, la sala y el estudio. Se vio a sí misma, como Pablo, “una prisionera del Señor,” habiendo pagado el precio por comenzar a dar testimonio en una ciudad cerrada.  Sus amados le instalaron una cama apropiada en lugar del tapete sobre el piso de mosaico, y aprendió a aceptar este lujo, junto con las flores, y chucherías de sus amados niños.  Todos esperaban y oraban por su recuperación, pero nunca ocurrió. 
Por casi veinte años, “Amma” crió desde su cama o silla, viendo a diferentes miembros de la familia cada media hora, a pesar de su dolor casi constante. La tomaban en cuenta para todas las decisiones. Pero como cualquier líder sabia, hizo su mejor esfuerzo para preparar a su gente para su partida. “Cuando deban tomarse decisiones, no vean para atrás preguntándose lo que yo hubiera hecho. Miren hacia arriba, y entenderán lo que nuestro Señor y Maestro quiera que hagan.” 
Durante este tiempo como inválida, ella escribió. Y escribió. Y continuó escribiendo. Escribió catorce libros durante estos años. Además de los libros que se publicaron, ella escribió en privado para la familia allí –miles y miles de cartas personales, junto con cientos de cantos y poemas.  Había un tema constante en todos sus escritos: Fuimos salvadas para servir.  Ella vivió ese tema hasta su muerte en enero de 1951. Aunque muchos sufrieron por su pérdida, lo hicieron en contra la voluntad de Amy, pues les había escrito, “Cuando oigan que he partido, ¡brinquen de gozo!” 
¿Dónde está Dios dándote “la oportunidad de morir,” de reconocer una vez más el señorío de Cristo en tu vida, para seguirle hasta lo último, y decir “sí” a tu Señor? Pelea la buena batalla hasta el final. No desmayes, y termina tu carrera con gozo, porque el Señor te recompensará, con tu propia corona de justicia “en ese Día” (2ª Ti. 4:7-8) ¡Ese será un gran día! 

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