Para Sarah Edwards (1710–1758), la comunión con Dios no era simplemente un deber, sino un deleite.
Cuando apenas tenía 13 años, su piedad atrajo la mirada de Jonathan Edwards, americano, quien más adelante se convertiría en un pastor del Gran Avivamiento, muy conocido. Él escribió:
Me dicen que hay una joven en [New Haven] que es amada por el Gran Ser, Quien hizo y reina el mundo entero, y que hay ciertas épocas en que el Gran Ser, de una u otra manera invisible, viene y llena su mente con abundante y dulce deleite, tanto así que a ella no le preocupa nada, excepto el meditar en Él… aunque le dieras el mundo entero, no podrías persuadirla de hacer algo equivocado o pecaminoso, por su temor a ofender al Gran Ser. Ella es de una tranquilidad y dulzura maravillosa, y con una mente llena de bondad, especialmente después que el Gran Dios se ha manifestado a su mente.
Sarah se casó con Jonathan cuatro años después, y se establecieron en Northampton, Massachusetts, donde Jonathan tomó su primer pastorado. Los Edwards disfrutaron un matrimonio excelente, “una unión poco común” como la describiría él después, y juntos fueron bendecidos con once hijos.
Durante la vida de Edwards, el Gran Avivamiento se difundió por todas las colonias americanas. Northampton, la población donde residía la familia Edwards no fue la excepción. En 1742 la misma Sarah experimentó un avivamiento. Su esposo lo describe diciendo que le fueron dadas “perspectivas extraordinarias de las cosas divinas” y fuertes “afectos religiosos.”
Jonathan veía las experiencias de Sarah como la obra auténtica del Espíritu Santo y le pidió que lo escribiera. El manuscrito original fue preservado y nos cuenta de primera mano sobre su espiritualidad.
Luchando con el Señor
En enero de 1742, Sarah escribió que se sentía “baja en gracia” porque se preocupaba mucho de lo que la gente pensara de ella, y le angustiaba si la gente del lugar criticaba a su esposo. Ella anhelaba ser libre de estas preocupaciones y encontrar descanso en Dios como su “única y suficiente fuente de felicidad”
Durante este tiempo el señor Edwards se ausentó y otro hombre, el señor Buell, ocupó el púlpito. Dios usó la predicación del señor Buell para traer avivamiento en Northampton, y Sarah tuvo que luchar con los celos que sentía por su esposo.
Esther, la hija de nueve años de Sarah, describe este evento en su diario:
Llegó a nuestra ciudad un joven y ardiente pastor, recién egresado de la Universidad en New Haven. Predica todos los días, dos veces al día… Mi preciosa madre, aunque con gusto lo disimularía, no se acostumbra a ver a la gente ir tras este joven heraldo de la cruz, como si nunca antes hubieran oído una predicación… Pero esta mañana puedo ver que ella luchó con el Señor, y obtuvo la victoria, porque lo dice triunfante y con tal dulzura: “Quiera Dios que todo el pueblo del Señor fuesen profetas, y que Dios pusiese Su Espíritu sobre ellos.”
Sarah dice de su pecado, “me sentía incómoda e infeliz, de ser tan poco abundante en la gracia. Pensé cuánto necesitaba de la ayuda de Dios… para que pudiera tener más santidad.” Después de un tiempo de “luchar con Dios por ello,” ella entró en una “gran quietud de espíritu, en extraordinaria sumisión a Dios, con la firme voluntad de esperar en Él, con respecto al tiempo y forma en que Él le ayudaría.”
La noche más dulce de su vida
No mucho tiempo después, ella describió un tiempo de comunión con Dios extraordinariamente dulce. Sarah permaneció en estado de intensa consciencia espiritual por varios días. Durante este tiempo estaba tan inundada de gozo que se desvaneció y perdió temporalmente su fuerza física. Sarah dijo,
Nunca antes, por tiempo tan prolongado, había yo disfrutado de tanta luz, descanso y dulzura del cielo en mi alma, sin la menor agitación del cuerpo durante todo el tiempo. Gran parte de la noche la pasé despierta, a veces dormida, a veces entre dormida y despierta. Pero toda la noche continué en un sentido claro y constante de la dulzura celestial del amor extraordinario y la excelencia de Cristo, de Su cercanía, y de mi amor por Él…Mi alma permaneció en algo parecido a un paraíso celestial…Parecía ser más de lo que mi frágil ser podía soportar, de esa plenitud de gozo, que sienten aquellos, que contemplan el rostro de Cristo, y comparten su amor en el mundo celestial.
Jonathan registra lo abundante de las convicciones teológicas que avivaban el gozo de Sarah en el Señor. Él escribe que ella tenía “un extraordinario sentido de la majestad asombrosa, de la grandeza y santidad de Dios” y “una profunda lamentación sobre el pecado, que se cometiese contra un Dios tan santo y bueno,” también un “sentido abrumador por la gloria de la obra de la redención.”
Después de los días del avivamiento, los más cercanos a ella notaron cambios tanto en su actitud como en sus acciones. Junto con un elevado sentido del “amor divino” ella creció en el deseo por comprometerse en “deberes sociales morales” y “dando preferencia a otros por sobre ella misma.”
Lo que Sarah nos enseña sobre la piedad
Para Sarah el crecimiento en la santificación y la felicidad en Dios no eran búsquedas separadas, sino más bien dos lados de la misma moneda. A diario escogía resistirse a pecar, someter su vida a Dios, y encontrar en Él su descanso y gozo.
Sarah daba prioridad actividades que promovieran su salud espiritual e incrementaran su amor por Dios. Disciplinas como la oración, asistir a predicaciones, tener conversaciones espirituales, y entonar himnos llenos de teología eran una parte importante de su vida.
Los días de gozo avivado de Sarah eran de extraordinaria bendición, y su espiritualidad se veía menos como un estallido de esfuerzo y más como un maratón. Al momento del avivamiento de Sarah, ya había sido cristiana por veintisiete años, y su esposo escribe que ella había hecho un gran progreso en la santificación durante los últimos siete años.
Para Sarah, valía la pena cualquier esfuerzo con tal de obtener la recompensa de conocer al Señor. Ella dijo respecto a su avivamiento, “lo que yo sentía valía más que todas las comodidades y placeres externos juntos que haya yo disfrutado en toda mi vida. Era un deleite puro, que alimentaba y satisfacía el alma.”
Cómo una madre piadosa impactó el mundo.
La santificación de Sarah no fue en vano. Los once hijos de los Edwards habrán tenido un asiento de primera fila en la espiritualidad de Sarah, y sin duda fueron influenciados por la piedad de su madre. Pero su influencia no terminaba en la puerta de su casa. Considerando que Sarah era una mamá que se quedaba en casa que vivió en el tiempo pre-internet, su impacto en el mundo es excepcional.
En 1900, el historiador A.E. Winship trazó el linaje de Sarah y Jonathan y publicó un estudio. Dijo “Mucho de las capacidades y talentos, inteligencia y carácter de más de 1,400 de los miembros de los Edwards se debe a la señora Edwards.”
Winship reporta cómo, para 1900, sus descendientes incluían:
- Trece presidentes de universidades
- Sesenta y cinco profesores
- 100 abogados y un decano una Escuela de Leyes
- Treinta jueces
- Sesenta y seis médicos y un decano de una Escuela de Medicina
- Ochenta en trabajos con cargos públicos que incluían:
- Tres senadores de los Estados Unidos
- Alcaldes de tres ciudades grandes
- Gobernadores de tres estados
- Un Vice-Presidente de los Estados Unidos
- Un Contralor de la Tesorería de los Estados Unidos.
De acuerdo a un biógrafo, los descendientes de los Edwards también “entraron al ministerio en pelotones y enviaron cien misioneros al extranjero, así mismo sustentaron muchos consejos de misiones con representantes laicos.”
La piedad de Sarah dio fruto por varias generaciones; y hoy, cerca de 300 años después, todavía estamos aprendiendo de su ejemplo.
La vida de Sarah nos enseña que la piedad no es solo para los profesionales. Si eres una mamá con pequeñitos, una abuela con una pandilla de nietos, o una madre espiritual en tu servicio en el ministerio, no menosprecies el impacto que tu santidad personal puede tener en las personas que te rodean. De hecho, puede ser el regalo más grande que puedas darles. Cuando orientes tu vida para glorificar a Dios, darás fruto en esta vida y venidera.
¿Qué legado quieres dejar a las futuras generaciones?
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