Un día, una mujer le preguntó a Amanda Berry Smith, “Sé que no podrías ser blanca, pero si PUDIERAS serlo, ¿acaso no preferirías ser blanca en lugar de negra?”
Amanda contestó, “No, no. Tan cierto como que mi Dios vive, preferiría ser negra y completamente salva que blanca y no ser salva… Sí, gracias a Dios, estoy satisfecha con el color de mi piel”.
Para ella, la experiencia de vivir como mujer afro-americana a finales del siglo pasado estaba ligada directamente con quien era ella como cristiana. En su autobiografía, ella escribió,
Creo que algunas personas comprenderían la personificación de la gracia santificadora si tan solo pudieran ser negras por veinticuatro horas.
¡Qué concepto tan interesante! ¿verdad? el considerar lo que sucedería si pudiéramos “intercambiar” algo respecto a nosotras mismas. El comentario de Amanda me impacta profundamente. ¿Estoy completamente satisfecha tal cómo Dios me creó? ¿Soy capaz de ver los aparentes obstáculos como una oportunidad para la santificación?
La resolución de vivir para Dios
Nunca antes había oído el nombre de Amanda Berry Smith hasta que leí su autobiografía, una extraordinaria ofrenda de humildad de la vida de una evangelista consumada. Su historia comienza en 1837. Amanda creció como hija de esclavos y a los trece años recibió la fe salvadora, mientras trabajaba como empleada doméstica.
Al atender un servicio de avivamiento, Amanda se sentó en la última fila trasera de la iglesia. Las palabras de la conferencista la conmovieron hasta hacerla llorar. Nadie se sorprendió más que Amanda cuando la mujer paró de hablar, vino al lado de Amanda, puso su brazo alrededor de la joven y comenzó a orar. “Oh, cómo oraba” dijo Amanda. “Yo era ignorante, pero oré lo mejor que pude.”
Amanda tomó la determinación de vivir para Dios. A los 17 años, se casó con Alvin Devine. La pareja tuvo dos hijos, pero el primero murió. Cuando comenzó la Guerra Civil, el esposo de Amanda se enlistó, para no regresar jamás. Como era una madre joven, pronto volvió a casarse. La pareja se mudó a Nueva York donde su segundo esposo, James, trabajaba en un hotel y Amanda servía como cocinera en una residencia privada. No ganaban lo suficiente para vivir juntos.
De los cinco hijos de Amanda, solo uno sobreviviría. Su segundo marido murió de cáncer en el estómago. A los veintinueve años, se encontró doblemente viuda, madre soltera, empleándose como ayuda doméstica. Por muchos años, sus días consistieron en lavar pilas interminables de trastos, estregando ropa y limpiando pisos.
En medio de muchos días solitarios, ella oraba con vehemencia y permanecía fiel. Su espíritu resuelto se refleja en estas hermosas declaraciones. Amanda escribió:
Me di cuenta que para tener comunión con Jesús no necesitaba ser una monja, o estar en un lugar remoto y apartado; aunque tus manos estén ocupadas trabajando en tu oficio diario, eso no es impedimento para que el alma tenga comunión con Jesús. Muchas veces mientras lavo la tina o sobre la mesa de planchar, mientras tiendo la cama o barro mi casa y lavo mis trastes, he tenido algunas de las bendiciones más enriquecedoras.
Aun así, probablemente ella nunca imaginó cómo Dios podría usar esta joven madre, viuda afro-americana, con apenas $2 a su nombre. Una invitación para una reunión de campamento cambio la dirección de su vida.
Un enfoque decidido
De 1869 a 1878, Amanda enseñaría la Palabra de Dios por todo el sureste de los Estados Unidos. Fue durante este tiempo que ella adoptó ese estilo que la distinguía –un vestido sencillo y un sombrero de los que usaban los cuáqueros. Su intención era mostrarse decidida y enfocada en lo que Dios le asignara hacer, no en su apariencia.
Al término de la esclavitud, Amanda fue invitada a viajar a Inglaterra, a India, a Liberia:
Desde entonces, he sido una viuda y he viajado por la mitad del mundo y Dios ha sido fiel. No me ha dejado ni un momento; y en todos estos años he comprobado la verdad de la Palabra, “He aquí, yo estoy con vosotros, todos los días hasta el fin del mundo”.
Para su sorpresa, Amanda pasó los siguientes ocho años en el Oeste de África viajando en canoa, de aldea en aldea, enseñando la Palabra de Dios y hablando a favor de los niños y las mujeres oprimidas. Sus necesidades eran emocionalmente abrumadoras, pero pudo ver a Dios obrar milagros a través de amistades que inesperadamente le hacían llegar cheques para satisfacer necesidades específicas justo en el momento requerido.
En aquellos días, ella escribió, “Cuántas veces me he quedado quieta y visto cómo Dios prevalece sobre las estrategias del hombre y obra Su soberana voluntad”.
En 1891, Amanda regresó a los Estados Unidos y se quedó en Chicago. Ella sirvió en el movimiento de templanza de las mujeres. Y ante la insistencia de una amiga, escribió su autobiografía, un testimonio hermoso de una vida rendida por completo para Dios.
Una reflexión sobre su Salvador
Quedé impactada por la historia de Amanda, no solo por lo que ella logró, sino por su actitud humilde que, en lugar de enfocarse en sí misma y en su propia situación, consistentemente se volvió hacia Dios.
En 1893, Amanda fue nombrada Evangelista Nacional en la Unión de Templanza de Mujeres Cristianas. Ella aprovechó esa influencia para construir un orfanato en Chicago para cuidar de los niños afro-americanos desamparados.
Amanda Berry Smith comenzó su vida en esclavitud, pero se negó a ver la opresión como un lastre. En lugar de ello, a través de años de matrimonios difíciles, pérdida de hijos, servidumbre y prejuicios, ella perseveró. Su historia me anima, y espero que a ti también, a negarme a ver los obstáculos –no importa qué tan abrumadores sean- como una carga. En lugar de ello, como Amanda, podemos preguntarnos, ¿Cómo usará Dios cada aspecto de mi vida como una oportunidad para la santificación?
También como Amanda, podemos alabar a Dios mientras lavamos trastes, o llevamos a cabo nuestras tareas domésticas diarias. Como Amanda, podemos negarnos a dejar que nuestra identidad sea conformada por la ropa que usamos, el color de nuestra piel o los números que marque una báscula. Como Amanda, podemos deliberadamente dejar de enfocarnos en nosotras mismas y dirigir nuestros esfuerzos hacia las necesidades del mundo a nuestro alrededor.
Solo entonces reflejaremos la imagen de nuestro Salvador.
Alguna vez, Amanda fue llamada “la imagen de Dios tallada en ébano.” Estoy segura que a ella le habría encantado ese cumplido, ser considerada no como una esclava liberada ni tampoco como una mujer afro-americana hermosa, digna y valiente. Sino ser conocida como una mujer que de todo corazón reflejó la imagen del Dios a quien tan fielmente sirvió.
Si te interesa aprender más de Amanda Berry Smith—así como de otras siete mujeres cuya pasión era servir a Dios y a Su pueblo, te recomendamos el libro de Jami, en inglés, When Others Shuddered: Eight Women Who Refused to Give Up.
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