Parecía una noche cualquiera, cálida como siempre en mi país, pero fría como la tristeza. Era el fin de un día que había transcurrido dentro de la normalidad, y todo alrededor se mantenía en las fronteras de la rutina. Ahora, si lo pienso bien, aquella noche era bastante peculiar, presencié en ella una, sino la muerte más dolorosa de mi vida. Recuerdo aún cada detalle, intentaré ser breve en compartirlo porque creo que quizás en este nuevo año tendrán que vivir algo muy parecido.
Lo miré con una mezcla de tristeza y resignación... podía percibir el miedo en sus ojos, ese temor tan propio de quien sabe bien que la muerte está tocando su puerta. Intentaba aferrarse a la vida y su dolor ante la impotencia desgarraba su alma y la mía. Lo conocía como la palma de mi mano, le amaba más que a todo, más que a Dios mismo, tal era mi amor que había sido capaz de hacer cualquier cosa por él sin importar el precio.
Había dado años de mi vida buscando su felicidad, luchando hasta el sudor porque llegara tan alto como pudiera, a pesar de esa extraña sensación dentro de mí que me hacía anticipar que no duraría mucho tiempo vivo. Nadie puede aceptar que alguien tan amado debe morir y mucho menos él, quien era todo para mí, más que nadie, más que Dios.
Busqué refugio en la única opción que me quedaba, la oración... No quería escuchar Su respuesta,
"Déjalo morir. Soy Yo quien lo está matando”.
¿Cómo Dios podía ser tan cruel? Matar deliberadamente el ser más importante en mi vida. Su justificación me parecía aún más absurda, cuando me decía que Su propósito era que “el Hijo viva”. Estaba más que confundida... mi amado debía morir para que Su Hijo viviera, yo no estaba lista para eso... Años y años de alimentar este amor y ahora Dios quería matarlo.
¡NO! Dije con toda la rebeldía que podía contener mi corazón, ¡NO, NO y NO! Batallé por meses con esta realidad, pues no era justo. Y recordé... que justicia es lo que Dios hace no lo que yo creo... Busqué a Dios, lo busqué con todas mis fuerzas, pero mi amado seguía postrado en cama, agonizando, luchando por vivir, trayéndome más sufrimiento que paz con su agonía.
Yo no podía más, era insoportable.... así que, esa noche, una noche muy parecida a esta... tomé la Espada que me dejó mi Padre y lo maté. Lo maté sin una gota de compasión, lo maté y lo haría cada día de ser necesario.
Esa noche escuché su último grito... que todavía hace eco en mi vida. Aunque no pueda olvidarlo sé que no está vivo, porque vivo está el Hijo.
A veces se me olvida su nombre, pero siempre intento recordar que esa noche, maté a mi tan amado "YO".
¿Tus resoluciones de año nuevo incluyen la muerte de tu "YO"?
Clara Nathalie Sánchez Díaz
Este artículo procede del Ministerio Aviva Nuestros Corazones ® www.avivanuestroscorazones.com
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