Esencialmente, el pecado es una transgresión o violación de la ley de Dios. Esto lo podemos ver en 1 Juan 3:4 en donde Juan escribió, “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley”. En otras palabras, cualquier falta de conformidad al perfecto estándar moral de Dios es pecado.
Pero nuestro problema con el pecado va más allá de unos simples hechos de desobediencia que son solamente manifestaciones físicas de compulsiones carnales internas. La inclinación y orientación básica del hombre hacia la auto-gratificación – no obstante lo religioso o moral que aparezcamos en el exterior – es directamente hostil a Dios. Aún las buenas obras de un incrédulo fallan a cumplir la ley de Dios. ¿Por qué? Porque ellos son producidos por la carne, por razones egoístas, y de un corazón que está en rebelión contra Dios.
Romanos 8:7 nos dice que el hombre natural está en enemistad con Dios – esto significa que él tiene un odio positivo hacia Dios y está en oposición a Él. El pecado busca destronar y deponer a Dios, usurpar su autoridad, y ponerse uno mismo en Su lugar.
A su centro todo pecado es un hecho de orgullo. El orgullo dice, “Muévete, Dios, Yo estoy en control y haré lo que me de la gana”. Por tanto todo pecado en su centro es blasfemia porque es contra Dios. Cuando venimos a esta tierra amamos el pecado, entonces amamos nuestra rebelión y amamos nuestro orgullo y amamos nuestra blasfemia. Nos deleitamos en él y buscamos cualquier oportunidad para poder manifestarlo.
Jesús enseñó que la demanda central de la ley de Dios es “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas…Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos” (Marcos 12:30-31).
Así que, la esencia de todo pecado es el fracaso a amar a Dios. Esta es la primera violación. Y la esencia del pecado es visto más claramente en la incredulidad. Esto se ve en Juan 16 donde Jesús dijo que Él mandaría al Espíritu Santo quien “convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). En otras palabras, cualquier fallo a amar y creer en el Señor Jesucristo es un fracaso a amar a Dios. Así que, el apóstol Pablo escribió, “el que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema” (1 Corintios 16:22).
Entonces, el pecado final, el epítome del pecado y el resumen del pecado, es cualquier falta de amor para con Dios y Su Hijo Jesucristo. “Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos ha mandado” (1 Juan 3:23).
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