La Biblia es, y siempre ha sido, un libro revolucionario. Es como un acantilado que resiste las oleadas del cambio cultural. Y puede ser que no exista una demostración más clara de lo inmutable de la Palabra de la Biblia que lo que enseña sobre la genuina femineidad.
La Biblia exalta de manera justa a las mujeres, en contra de las culturas que la distorsionan, rebajan y degradan. Muchos en nuestra sociedad promocionan la liberación sexual y reproductiva de las mujeres en contra de la supuestamente opresiva y anticuada estructura de la Biblia. Yo tengo que preguntar: “¿De qué manera son las mujeres verdaderamente libres? ¿De qué manera las honra nuestra cultura?” Por supuesto, pueden votar; tienen la oportunidad de competir en el mercado. ¿Pero son verdaderamente libres? ¿Están su dignidad y su honor intactos?
La Biblia exalta de manera justa a las mujeres, en contra de las culturas que la distorsionan, rebajan y degradan. Muchos en nuestra sociedad promocionan la liberación sexual y reproductiva de las mujeres en contra de la supuestamente opresiva y anticuada estructura de la Biblia. Yo tengo que preguntar: “¿De qué manera son las mujeres verdaderamente libres? ¿De qué manera las honra nuestra cultura?” Por supuesto, pueden votar; tienen la oportunidad de competir en el mercado. ¿Pero son verdaderamente libres? ¿Están su dignidad y su honor intactos?
Yo sostengo que las mujeres son más usadas y abusadas hoy que en cualquier otro tiempo en la historia. La pornografía ha convertido a las mujeres en objetos y en víctimas de pervertidos sucios y cobardes, quienes las miran con ojos codiciosos. En el mundo, las mujeres son negociadas como animales para esclavitud sexual. En lugares más “civilizados”, los hombres rutinariamente usan a las mujeres para el sexo sin consecuencia o compromiso, solamente para dejarlas embarazadas, sin cariño y sin apoyo. Los grupos del derecho al aborto apoyan e instigan el egoísmo e la irresponsabilidad de los hombres y “liberan” a las mujeres para asesinar a sus niños no nacidos. Las mujeres se quedan solas, con cicatrices emocionales, destituidas financieramente y culpables, avergonzadas y abandonadas. ¿Dónde está la libertad, la dignidad y el honor en eso?
Los avances tecnológicos modernos han permitido a la cultura centralizar la degradación de las mujeres como nunca antes; pero las culturas de la antigüedad no fueron nada mejor. Las mujeres en sociedades paganas durante los tiempos de la Biblia fueron tratadas muy a menudo con un poco más de dignidad que los animales. Algunos de los filósofos griegos más conocidos – considerados las mentes más brillantes de su era – enseñaron que las mujeres eran criaturas inferiores por naturaleza. Incluso en el Imperio Romano (probablemente el pináculo de la civilización pre-cristiana), las mujeres eran usualmente consideradas como una simple propiedad – propiedades personales de sus esposos o padres, con una posición sólo un poco mejor que los esclavos de casa. Eso era completamente diferente del concepto hebreo (y bíblico) del matrimonio, visto como una herencia conjunta y la paternidad, como un sociedad donde ambos, el padre y la madre deben de ser reverenciados y obedecidos por sus hijos (Levítico 19:3).
Las religiones paganas tendieron a impulsar y animar la degradación de las mujeres aún más. Por supuesto, la mitología griega y romana tenía sus diosas (tales como Diana y Afrodita). Pero no crea que la adoración de las diosas les dio posición más elevada a las mujeres en la sociedad. Al contrario. La mayoría de los templos dedicados a estas deidades eran servidos por prostitutas sagradas – sacerdotisas que se vendían a sí mismas por dinero, supuestamente realizando un sacramento religioso. Ambos, la mitología y la práctica de la religión pagana, usualmente han sido demasiado degradantes para las mujeres. Las deidades paganas masculinas eran caprichosas y a veces cruelmente misóginas. Las ceremonias religiosas eran muchas veces desvergonzadamente obscenas, incluyendo ritos de fertilidad eróticos, orgías alcohólicas en el templo, prácticas homosexuales perversas y, en casos extremos, aún sacrificios humanos.
Contrasta todo eso, antiguo y contemporáneo, con la Biblia. De principio a fin, la Biblia exalta a las mujeres. En efecto, a menudo parece salirse del camino para homenajearlas, ennoblecer sus roles en la sociedad y la familia, reconocer la importancia de su influencia, y exaltar las virtudes de las mujeres quienes fueron, en particular, ejemplos piadosos.
Desde el primer capítulo de la Biblia, se nos enseña que las mujeres, como los hombres, llevan el sello de la propia imagen de Dios (Génesis 1:27; 5:1-2) – los hombres y las mujeres fueron creados iguales. Las mujeres tienen papeles prominentes en muchas narrativas bíblicas claves. Los esposos ven a sus esposas como compañeras veneradas y cálida ayuda. No simplemente esclavas o muebles de la casa (Génesis 2:20; Proverbios 19:14; Eclesiastés 9:9). En el Sinaí, Dios mandó a los hijos a que honraran a ambos, su padre y madre (Éxodo 20:12).
Por supuesto, la Biblia enseña los distintos roles divinamente ordenados para los hombres y las mujeres – muchos de los cuales son perfectamente evidentes en las circunstancias de la creación misma. Por ejemplo, las mujeres tienen un papel único y vital en la maternidad y crianza de los pequeños. Las mujeres mismas también tienen una necesidad particular de apoyo y protección, porque físicamente “son vasos más frágiles” (1 Pedro 3:7). La Escritura establece el orden apropiado en la familia y en la iglesia, asignando las responsabilidades del liderazgo y protección en los hogares a los esposos (Efesios 5:23), y designando a los hombres de la iglesia para los papeles de enseñar y liderar (1 Timoteo 2:11-15).
En ningún caso las mujeres son marginalizadas o relegadas a un segundo plano (Gálatas 3:28). Al contrario, la Escritura parece ponerlas aparte para un honor especial (1 Pedro 3:7). Se ordena a los esposos a amar a sus esposas sacrificialmente, como Cristo ama a la iglesia – aún, si es necesario, a costa de sus propias vidas (Efesios 5:25-31). La Biblia reconoce y celebra el valor inestimable de una mujer virtuosa (Proverbios 12:4; 31:10; 1 Corintios 11:7).
El cristianismo, nacido en un mundo donde se cruzaban las culturas romanas y hebreas, elevó el estatus de las mujeres a un nivel sin precedente. Los discípulos de Jesús incluyeron varias mujeres (Lucas 8:1-3), una práctica inédita entre los rabinos de sus días. No sólo eso, pero Él animó su discipulado mostrándolo como algo más necesario que el servicio doméstico (Lucas 10:38-42). En efecto, el primer registro de Cristo, la divulgación explícita de Su propia identidad como el verdadero Mesías, fue hecho a una mujer samaritana (Juan 4:25-26). Él siempre trató a las mujeres con una dignidad mayor – aún mujeres que eran consideradas marginadas de la sociedad (Mateo 9:20-22; Lucas 7:37-50; Juan 4:7-27). Él bendijo a sus hijos (Lucas 18:15-16), resucitó a sus muertos (Lucas 7:12-15), perdonó sus pecados (Lucas 7:44-48), y restauró su virtud y honor (Juan 8:4-11). De esta manera exaltó la condición de las mujeres.
Entonces, no sorprende que las mujeres fueron importantes en el ministerio de la iglesia primitiva (Hechos 12:12-15; 1 Corintios 11:11-15). En el día de Pentecostés, cuando nace la iglesia del Nuevo Testamento, las mujeres estaban allí orando con los discípulos mayores (Hechos 1:12-14). Algunas fueron reconocidas por sus buenas obras (Hechos 9:36); otras por su hospitalidad (Hechos 12:12; 16:14-15); otras por su entendimiento de la sana doctrina y sus dotes espirituales (Hechos 18:26; 21:8-9). La segunda epístola de Juan fue dirigida a una mujer prominente en una de las iglesias bajo su cuidado. Aún el apóstol Pablo, a veces falsamente caricaturizado por críticos de la Escritura como machista, ministró regularmente junto a mujeres (Filipenses 4:3). El reconoció y aplaudió su fidelidad y sus dones (Romanos 16:1-6; 2 Timoteo 1:5).
Naturalmente, cuando el cristianismo empezó a influenciar a la sociedad occidental, la condición de las mujeres mejoró notablemente. Tertuliano, uno de los padres de la iglesia primitiva, escribió muy cerca del fin del segundo siglo una obra titulada On the Apparel of Women [Sobre la Vestimenta de las Mujeres]. Dijo que las mujeres paganas que usaban adornos para el cabello elaborados, ropa no modesta y que cubrían su cuerpo de adornos habían sido forzadas por la sociedad y la moda a abandonar el esplendor superior de la verdadera feminidad. Comentó, por contraste, que conforme la iglesia iba creciendo y el evangelio daba fruto, uno de los resultados visibles era el aumento de la tendencia a la modestia en el vestir de las mujeres y una elevación correspondiente de la condición de la mujer. Reconoció que los hombres paganos usualmente se quejaban: “Desde que se ha convertido en cristiana, ¡se viste en más pobre atuendo!” Las mujeres cristianas incluso fueron conocidas como “sacerdotisas de la modestia”. Pero, dijo Tertuliano, como creyentes que viven bajo el señorío de Cristo, las mujeres eran más ricas espiritualmente, más puras y por lo tanto más gloriosas que las mujeres más extravagantes en la sociedad pagana. Vestidas “con la seda de rectitud, el lino fino de la santidad, el color púrpura de la modestia”, ellas elevaron la virtud femenina a una altura sin precedentes.
Aún los paganos reconocieron eso. Crisóstomo, probablemente el pastor más elocuente del siglo cuarto, registró que uno de sus maestros, un filósofo pagano llamado Libanio, dijo una vez: “¡Cielos! ¡Qué mujeres tienen ustedes los cristianos!” Lo que impulsó los gritos de Libanio fue cuando escuchó que la madre de Crisóstomo había permanecido casta por más de dos décadas desde su viudez a los veinte años. Conforme más se sentía la influencia del cristianismo, menos eran las mujeres despreciadas o maltratadas como objetos de entretenimiento por los hombres. En lugar de esto, las mujeres empezaron a ser honradas por su virtud y fe.
De hecho, las mujeres cristianas convertidas de una sociedad pagana fueron automáticamente liberadas de una serie de prácticas degradantes. Emancipadas del libertinaje público en templos y teatros (dónde las mujeres eran sistemáticamente deshonradas y devaluadas), elevaron su prominencia en el hogar y la iglesia, donde eran honradas y admiradas por sus virtudes femeninas tales como la hospitalidad, el ministerio a los enfermos, el cuidado y cariño hacia sus propias familias, y el trabajo amoroso de sus manos (Hechos 9:39).
Esta siempre ha sido la tendencia. Dondequiera que se expande el evangelio, el estatus social, legal y espiritual de las mujeres ha sido, como regla elevado. Cuando el evangelio ha sido eclipsado (sea por represión, influencia de falsas religiones, secularismo, filosofía humanista o decadencia espiritual en la iglesia), la condición de las mujeres ha declinado en consecuencia.
Inclusive cuando han surgido movimientos seculares clamando estar preocupados por los derechos de las mujeres, sus esfuerzos han generalmente sido perjudiciales. El movimiento feminista de nuestra generación es un ejemplo de ello. El feminismo ha devaluado y difamado la femineidad. Las diferencias naturales de sexo son usualmente minimizadas, descartadas, despreciadas o negadas. Como resultado, las mujeres ahora están siendo enviadas a situaciones de combate, sometidas a una labor física agotadora antes sólo reservada para hombres, expuestas a toda clase de indignidades en su lugar de empleo y además estimuladas a actuar y hablar como hombres. Mientras tanto, las feministas modernas hablan con desdén acerca de las mujeres que quieren que sus familias y hogares sean sus prioridades; menospreciando el papel de la maternidad, el llamado más exclusivo y únicamente femenino. El mensaje completo del igualitarismo feminista es que no hay realmente nada extraordinario respecto a las mujeres. Indudablemente, éste no es el mensaje de la Escritura. Como hemos visto, la Escritura honra a las mujeres como mujeres y las anima a buscar el honor de una manera exclusivamente femenina (Proverbios 31:10-30).
La Escritura nunca descarta el intelecto femenino, no minimiza los talentos y habilidades de las mujeres, ni desanima el derecho del uso de los dones espirituales a las mujeres. Pero cuando la Biblia expresamente habla sobre los rasgos de excelencia de una mujer, el acento siempre está sobre la virtud femenina. Las mujeres más significativas de la Escritura fueron influyentes no por sus profesiones, sino por su carácter. El mensaje que estas mujeres dan colectivamente no es sobre la “igualdad de los sexos”; es sobre la excelencia femenina verdadera. Y eso siempre se ejemplifica con las cualidades morales y espirituales, en vez de la posición social, riqueza o apariencia física.
Y eso es poner las cosas en orden. Lejos de denigrar a las mujeres, la Biblia promueve la libertad, dignidad y honra femenina. La Escritura describe para cada cultura el retrato de una mujer verdaderamente bella. La verdadera belleza femenina no se trata del adorno externo, “peinados ostentosos, adornos de oro o vestidos selectos”; por el contrario, la belleza real se manifiesta en “el interno, el del corazón…el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios” (1 Pedro 3:3-4).
Los avances tecnológicos modernos han permitido a la cultura centralizar la degradación de las mujeres como nunca antes; pero las culturas de la antigüedad no fueron nada mejor. Las mujeres en sociedades paganas durante los tiempos de la Biblia fueron tratadas muy a menudo con un poco más de dignidad que los animales. Algunos de los filósofos griegos más conocidos – considerados las mentes más brillantes de su era – enseñaron que las mujeres eran criaturas inferiores por naturaleza. Incluso en el Imperio Romano (probablemente el pináculo de la civilización pre-cristiana), las mujeres eran usualmente consideradas como una simple propiedad – propiedades personales de sus esposos o padres, con una posición sólo un poco mejor que los esclavos de casa. Eso era completamente diferente del concepto hebreo (y bíblico) del matrimonio, visto como una herencia conjunta y la paternidad, como un sociedad donde ambos, el padre y la madre deben de ser reverenciados y obedecidos por sus hijos (Levítico 19:3).
Las religiones paganas tendieron a impulsar y animar la degradación de las mujeres aún más. Por supuesto, la mitología griega y romana tenía sus diosas (tales como Diana y Afrodita). Pero no crea que la adoración de las diosas les dio posición más elevada a las mujeres en la sociedad. Al contrario. La mayoría de los templos dedicados a estas deidades eran servidos por prostitutas sagradas – sacerdotisas que se vendían a sí mismas por dinero, supuestamente realizando un sacramento religioso. Ambos, la mitología y la práctica de la religión pagana, usualmente han sido demasiado degradantes para las mujeres. Las deidades paganas masculinas eran caprichosas y a veces cruelmente misóginas. Las ceremonias religiosas eran muchas veces desvergonzadamente obscenas, incluyendo ritos de fertilidad eróticos, orgías alcohólicas en el templo, prácticas homosexuales perversas y, en casos extremos, aún sacrificios humanos.
Contrasta todo eso, antiguo y contemporáneo, con la Biblia. De principio a fin, la Biblia exalta a las mujeres. En efecto, a menudo parece salirse del camino para homenajearlas, ennoblecer sus roles en la sociedad y la familia, reconocer la importancia de su influencia, y exaltar las virtudes de las mujeres quienes fueron, en particular, ejemplos piadosos.
Desde el primer capítulo de la Biblia, se nos enseña que las mujeres, como los hombres, llevan el sello de la propia imagen de Dios (Génesis 1:27; 5:1-2) – los hombres y las mujeres fueron creados iguales. Las mujeres tienen papeles prominentes en muchas narrativas bíblicas claves. Los esposos ven a sus esposas como compañeras veneradas y cálida ayuda. No simplemente esclavas o muebles de la casa (Génesis 2:20; Proverbios 19:14; Eclesiastés 9:9). En el Sinaí, Dios mandó a los hijos a que honraran a ambos, su padre y madre (Éxodo 20:12).
Por supuesto, la Biblia enseña los distintos roles divinamente ordenados para los hombres y las mujeres – muchos de los cuales son perfectamente evidentes en las circunstancias de la creación misma. Por ejemplo, las mujeres tienen un papel único y vital en la maternidad y crianza de los pequeños. Las mujeres mismas también tienen una necesidad particular de apoyo y protección, porque físicamente “son vasos más frágiles” (1 Pedro 3:7). La Escritura establece el orden apropiado en la familia y en la iglesia, asignando las responsabilidades del liderazgo y protección en los hogares a los esposos (Efesios 5:23), y designando a los hombres de la iglesia para los papeles de enseñar y liderar (1 Timoteo 2:11-15).
En ningún caso las mujeres son marginalizadas o relegadas a un segundo plano (Gálatas 3:28). Al contrario, la Escritura parece ponerlas aparte para un honor especial (1 Pedro 3:7). Se ordena a los esposos a amar a sus esposas sacrificialmente, como Cristo ama a la iglesia – aún, si es necesario, a costa de sus propias vidas (Efesios 5:25-31). La Biblia reconoce y celebra el valor inestimable de una mujer virtuosa (Proverbios 12:4; 31:10; 1 Corintios 11:7).
El cristianismo, nacido en un mundo donde se cruzaban las culturas romanas y hebreas, elevó el estatus de las mujeres a un nivel sin precedente. Los discípulos de Jesús incluyeron varias mujeres (Lucas 8:1-3), una práctica inédita entre los rabinos de sus días. No sólo eso, pero Él animó su discipulado mostrándolo como algo más necesario que el servicio doméstico (Lucas 10:38-42). En efecto, el primer registro de Cristo, la divulgación explícita de Su propia identidad como el verdadero Mesías, fue hecho a una mujer samaritana (Juan 4:25-26). Él siempre trató a las mujeres con una dignidad mayor – aún mujeres que eran consideradas marginadas de la sociedad (Mateo 9:20-22; Lucas 7:37-50; Juan 4:7-27). Él bendijo a sus hijos (Lucas 18:15-16), resucitó a sus muertos (Lucas 7:12-15), perdonó sus pecados (Lucas 7:44-48), y restauró su virtud y honor (Juan 8:4-11). De esta manera exaltó la condición de las mujeres.
Entonces, no sorprende que las mujeres fueron importantes en el ministerio de la iglesia primitiva (Hechos 12:12-15; 1 Corintios 11:11-15). En el día de Pentecostés, cuando nace la iglesia del Nuevo Testamento, las mujeres estaban allí orando con los discípulos mayores (Hechos 1:12-14). Algunas fueron reconocidas por sus buenas obras (Hechos 9:36); otras por su hospitalidad (Hechos 12:12; 16:14-15); otras por su entendimiento de la sana doctrina y sus dotes espirituales (Hechos 18:26; 21:8-9). La segunda epístola de Juan fue dirigida a una mujer prominente en una de las iglesias bajo su cuidado. Aún el apóstol Pablo, a veces falsamente caricaturizado por críticos de la Escritura como machista, ministró regularmente junto a mujeres (Filipenses 4:3). El reconoció y aplaudió su fidelidad y sus dones (Romanos 16:1-6; 2 Timoteo 1:5).
Naturalmente, cuando el cristianismo empezó a influenciar a la sociedad occidental, la condición de las mujeres mejoró notablemente. Tertuliano, uno de los padres de la iglesia primitiva, escribió muy cerca del fin del segundo siglo una obra titulada On the Apparel of Women [Sobre la Vestimenta de las Mujeres]. Dijo que las mujeres paganas que usaban adornos para el cabello elaborados, ropa no modesta y que cubrían su cuerpo de adornos habían sido forzadas por la sociedad y la moda a abandonar el esplendor superior de la verdadera feminidad. Comentó, por contraste, que conforme la iglesia iba creciendo y el evangelio daba fruto, uno de los resultados visibles era el aumento de la tendencia a la modestia en el vestir de las mujeres y una elevación correspondiente de la condición de la mujer. Reconoció que los hombres paganos usualmente se quejaban: “Desde que se ha convertido en cristiana, ¡se viste en más pobre atuendo!” Las mujeres cristianas incluso fueron conocidas como “sacerdotisas de la modestia”. Pero, dijo Tertuliano, como creyentes que viven bajo el señorío de Cristo, las mujeres eran más ricas espiritualmente, más puras y por lo tanto más gloriosas que las mujeres más extravagantes en la sociedad pagana. Vestidas “con la seda de rectitud, el lino fino de la santidad, el color púrpura de la modestia”, ellas elevaron la virtud femenina a una altura sin precedentes.
Aún los paganos reconocieron eso. Crisóstomo, probablemente el pastor más elocuente del siglo cuarto, registró que uno de sus maestros, un filósofo pagano llamado Libanio, dijo una vez: “¡Cielos! ¡Qué mujeres tienen ustedes los cristianos!” Lo que impulsó los gritos de Libanio fue cuando escuchó que la madre de Crisóstomo había permanecido casta por más de dos décadas desde su viudez a los veinte años. Conforme más se sentía la influencia del cristianismo, menos eran las mujeres despreciadas o maltratadas como objetos de entretenimiento por los hombres. En lugar de esto, las mujeres empezaron a ser honradas por su virtud y fe.
De hecho, las mujeres cristianas convertidas de una sociedad pagana fueron automáticamente liberadas de una serie de prácticas degradantes. Emancipadas del libertinaje público en templos y teatros (dónde las mujeres eran sistemáticamente deshonradas y devaluadas), elevaron su prominencia en el hogar y la iglesia, donde eran honradas y admiradas por sus virtudes femeninas tales como la hospitalidad, el ministerio a los enfermos, el cuidado y cariño hacia sus propias familias, y el trabajo amoroso de sus manos (Hechos 9:39).
Esta siempre ha sido la tendencia. Dondequiera que se expande el evangelio, el estatus social, legal y espiritual de las mujeres ha sido, como regla elevado. Cuando el evangelio ha sido eclipsado (sea por represión, influencia de falsas religiones, secularismo, filosofía humanista o decadencia espiritual en la iglesia), la condición de las mujeres ha declinado en consecuencia.
Inclusive cuando han surgido movimientos seculares clamando estar preocupados por los derechos de las mujeres, sus esfuerzos han generalmente sido perjudiciales. El movimiento feminista de nuestra generación es un ejemplo de ello. El feminismo ha devaluado y difamado la femineidad. Las diferencias naturales de sexo son usualmente minimizadas, descartadas, despreciadas o negadas. Como resultado, las mujeres ahora están siendo enviadas a situaciones de combate, sometidas a una labor física agotadora antes sólo reservada para hombres, expuestas a toda clase de indignidades en su lugar de empleo y además estimuladas a actuar y hablar como hombres. Mientras tanto, las feministas modernas hablan con desdén acerca de las mujeres que quieren que sus familias y hogares sean sus prioridades; menospreciando el papel de la maternidad, el llamado más exclusivo y únicamente femenino. El mensaje completo del igualitarismo feminista es que no hay realmente nada extraordinario respecto a las mujeres. Indudablemente, éste no es el mensaje de la Escritura. Como hemos visto, la Escritura honra a las mujeres como mujeres y las anima a buscar el honor de una manera exclusivamente femenina (Proverbios 31:10-30).
La Escritura nunca descarta el intelecto femenino, no minimiza los talentos y habilidades de las mujeres, ni desanima el derecho del uso de los dones espirituales a las mujeres. Pero cuando la Biblia expresamente habla sobre los rasgos de excelencia de una mujer, el acento siempre está sobre la virtud femenina. Las mujeres más significativas de la Escritura fueron influyentes no por sus profesiones, sino por su carácter. El mensaje que estas mujeres dan colectivamente no es sobre la “igualdad de los sexos”; es sobre la excelencia femenina verdadera. Y eso siempre se ejemplifica con las cualidades morales y espirituales, en vez de la posición social, riqueza o apariencia física.
Y eso es poner las cosas en orden. Lejos de denigrar a las mujeres, la Biblia promueve la libertad, dignidad y honra femenina. La Escritura describe para cada cultura el retrato de una mujer verdaderamente bella. La verdadera belleza femenina no se trata del adorno externo, “peinados ostentosos, adornos de oro o vestidos selectos”; por el contrario, la belleza real se manifiesta en “el interno, el del corazón…el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios” (1 Pedro 3:3-4).
Adaptado del libro Doce Mujeres Extraordinarias escrito por el Pastor John MacArthur.
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